Duelo de pájaros mudos
Bernardo Reyes
Somos un sueño imposible
que busca la noche.
Para olvidarse del mundo
del tiempo y de todo.
Mario Clavel
I
Bésame, le dije
y de su boca salió un brazo marino y fluvial ensartándose,
hundiéndose por mi hocico de bestia asustada.
Cuando quise hablar todo mi ser estaba anexado al suyo,
como si apenas me perteneciera la piel y los ojos,
que casi en la inconciencia intentaban decirle me muero.
Pero esos ojos ausentes de perra sin lamer
me permitieron esperar en la asfixia
el final de aquel beso de entrañas fagocitándose
hasta que triunfara una sola ameba ciega,
que no sabría de su triunfo, ni de su existencia, ni de su goce.
Cuando pude hablar le pregunté si acaso lo había hecho con un perro.
Y la verdad fue que se calentó.
-Este es mi perro - le dije sujetando del collar a mi bestia que gruñía y gemía.
Entonces ella abrió sus piernas para que la olisqueara.
En su orgasmo me miró a los ojos y lamió mi hocico de perro derrotado.
Me amas, le pregunté, pero ya era demasiado tarde para una respuesta,
pues ella ya rodaba cuesta abajo en su relámpago oscuro camino de la mar,
sin sospechar siquiera que esa era mi venganza.
II
Vamos a bailar,
le propuse para romper con el círculo de incertidumbre y de espanto.
Que nada detenga la sonrisa:
por algún costado del alma tendrá que brotar una especie de alegría.
Pero era tan de noche.
Tan de noche en el alma de la ciudad y en nuestras almas.
Todo parecía el ocaso.
Un ocaso premeditado y hostil.
Un ocaso de recriminaciones y silencios:
de países remotos venía al encuentro una música de carnaval.
Sólo que no sabíamos el camino hacia esa música, pájara muda.
Recordaba que hubo carnaval
incluso cuando un suicida desde su bañera
hacía una última mueca a la habitación callada,
cuando el gotear de las venas se confundía
con el gotear del agua del grifo y de la lluvia
que a esa hora también se deslizaba mansa por el techo.
Después recordamos aquella muerte,
muerte de pájaro mudo cantándole a la muerte.
Voz de poeta acaso,
rabiando en la aguerrida soberbia de los vencidos.
Eras, por decirlo de algún modo,
un presagio cargado de sonrisas,
aunque de nuestros corazones manara tanto llanto.
Después vino la lengua en su lengua buscando la asfixia.
La lengua en su sexo buscando partirla en dos mitades:
una sepia para añorarla
y otra carmesí para aprender de nuevo a recordarla.
En vano fue decirle que me cabalgara
o que se pusiera boca abajo
o que levantara las piernas.
Daba lo mismo.
El acto de ser nada tenía que ver con la hostilidad del placer:
apenas una consecuencia de la ternura escondida como una paloma en mi bolsillo.
Entonces puse a volar a la paloma, también muda como nosotros.
Con la diferencia que sabía o intuía el sitio del palomar,
allá en un horizonte indefinible aunque preciso.
Para nosotros era noche muda.
Mudos los vuelos.
Mudo nuestro amor.
Muda la espera.
III
El oficio de cantar en casas deshabitadas,
es por cierto de origen nómade.
La alegría expresada en la transitoriedad,
busca aferrarse a una estructura tridimensional,
en donde canción y cantante sientan,
también transitoriamente,
la permanencia de lo intangible reducida a materiales en bruto,
que suelen rodear todas las errancias propias del nomadismo.
Entonces el canto se adhiere
a una esperanza y una intransigencia
que obliga a un reduccionismo que lo hace comprensible.
Antes de ello,
lo monocorde latiendo al ritmo del corazón,
la guturalidad magistral de los monjes tibetanos,
la transumancia de la música celta,
el grito desgarrado de la machi implorando al océano,
el ulular de las ballenas,
en fin, el concierto de la vida desafiliado de las estructuras,
puede volverse etéreo o inmemorizable.
Pero que nada llame a error:
las casas deshabitadas,
guardan en sus paredes ecos
que los grillos torpemente intentan descifrar
a costa de hermanarse con fantasmas sin rostro, ni voz.
Tal vez sea por este olvidado oficio,
que aún sirva para los poetas
recomponer parte de esa tradición,
en la que callan las voces solamente
para que empiece a sonar
una voz múltiple y diversa,
en donde palpita una armonía inexpresable,
única, e insustituíble.
DUELO DE PASSÁROS MUDOSSomos um sonho impossível
Que busca a noite.
Para esquecer-se do mundo
Do tempo e de tudo.
Mario Clavel
I
Beija-me, lhe disse
e a sua boca saiu como um braço marinho e fluvial intrometendo-se,
afundando-se por minha cabeça de besta assustada.
Quando eu quis falar todo meu ser estava grudado no seu,
como se apenas me pertencesse a pele e os olhos,
que, quase na inconsciência, tentavam lhe dizer que morro.
Mas estes olhos ausentes de cadela sem lamber
Me permitiram esperar na asfixia
O final daquele beijo de entranhas fagocitando-se
até que prevalecesse uma única ameba cega,
que não saberia de seu triunfo, nem de sua existência,
nem de seu gozo.
Quando consegui falar perguntei se, por acaso o havia feito com uma cadela.
E a verdade foi que se esquentou.
- Esta é minha cadela -
Disse sujeitando pelo colar a besta que grunhia e gemia.
Então ela abriu suas pernas para que a beijasse.
Em seu orgasmo me olhou nos olhos
e lambeu minha cabeça de cão derrotado.
Me amas lhe perguntei,
mas já era demasiado tarde para uma resposta,
pois já rolava encosta abaixo em sua maneira escura de relâmpago a caminho do mar,
sem suspeitar sequer
que esta era minha vingança.
II
Vamos dançar,
Lhe propus para quebrar com o círculo de incerteza e de espanto.
Que nada detenha seu sorriso:
por algum lado da alma terá que brotar alguma espécie da alegria.
Porém era tarde da noite.
Tão noite na alma da cidade e em nossas almas.
Tudo parecia ser ocaso.
Um ocaso premeditado e hostil.
Um ocaso de recriminações e de silêncios:
de países remotos vinha ao nosso encontro uma música do carnaval.
Só que nós não sabíamos o caminho até esta música,
Galinha muda.
Recordava que houve um carnaval
mesmo quando um suicida desde sua banheira
fez uma última careta no seu quarto silencioso,
quando o gotejar das veias
se confundiu com o gotejar da água da torneira
e da chuva que a esta hora
deslizava também mansa pelo teto.
Mais tarde recordamos aquela morte,
morte de pássaro mudo cantando a morte.
Voz do poeta talvez,
Esbravejando o soberbo orgulho dos vencidos.
Era, para dizê-lo de algum modo,
um presságio carregado de sorrisos,
embora de nossos corações vertesse tanto pranto.
Mais tarde veio a língua em sua língua buscando a asfixia.
A língua no seu sexo buscando parti-lo em duas metades:
uma sépia para ter saudades
e outra carmesim para aprender de novo a recordar.
Em vão fui dizer que me cavalgara
que pusera sua boca lá pelo interior abaixo
que levantara minhas pernas.
Dava no mesmo.
O ato de ser nada tinha em comum com a hostilidade do prazer:
Apenas uma conseqüência da ternura
escondida como um pombo no meu bolso.
Então pus o pombo para voar,
também silencioso como nós.
Com a diferença que sabia ou intuía o local do pombal,
Além, muito além, num horizonte indefinível.
Para nós era a noite silenciosa.
Silenciosos os vôos.
Silencioso nosso amor.
III
O ofício de cantar em casas desabitadas,
É, por certo, de origem nômade.
A alegria expressa na transitoriedade
Busca se aferrar a uma estrutura tridimensional,
Na qual a canção e o cantor sentem,
também transitoriamente,
a permanência do intangível reduzida a materiais brutos,
que, geralmente, se cercam de todos os erros próprios do nomadismo.
Então o canto se adere
a uma esperança e a uma intransigência
que obriga a um reducionismo que o faz compreensível.
Antes dele,
o monocórdico batido no ritmo do coração,
a guturalidade magistral dos monges tibetanos,
a transumância da música celta,
o grito desgarrado do curandeiro implorando ao oceano,
o ulular das baleias,
no fim, o concerto da vida desfiliado das estruturas,
pode transformar-se no etéreo ou no imemorizável.
Porém que nada leve ao erro:
as casas desabitadas,
guardam em suas paredes ecos
que os grilos desajeitadamente tentam decifrar
ao custo de confraternizar-se com fantasmas sem rosto, nem voz.
Talvez seja por este ofício esquecido,
que ainda sirva aos poetas
recompor parte desta tradição,
em que se calam as vozes
somente para começar a soar
uma voz múltipla e diversa,
de onde surge uma harmonia inexpressável,
única, e insubstituível.