BALADA DE LOS LUGARES
OLVIDADOS
Olga Orozco
Mis refugios más bellos,
los lugares que se
adaptan mejor a los colores últimos de mi alma,
están hechos de todo lo
que los otros olvidaron.
Son sitios solitarios
excavados en la caricia de la hierba,
en una sombra de alas; en
una canción que pasa;
regiones cuyos límites
giran con los carruajes fantasmales
que transportan la niebla
en el amanecer
y en cuyos cielos se
dibujan nombres, viejas frases de amor,
juramentos ardientes como
constelaciones de luciérnagas ebrias.
Algunas veces pasan
poblaciones terrosas, acampan roncos trenes,
una pareja junta naranjas
prodigiosas en el borde del mar,
una sola reliquia se
propaga por toda la extensión.
Parecerían espejismos
rotos,
recortes de fotografías
arrancados de un álbum para orientar a la nostalgia,
pero tienen raíces más
profundas que este suelo que se hunde,
estas puertas que huyen,
estas paredes que se borran.
Son islas encantadas en
las que sólo yo puedo ser la hechicera.
¿Y quién si no, sube las
escaleras hacia aquellos desvanes entre nubes
donde la luz zumbaba
enardecida en la miel de la siesta,
vuelve a abrir el arcón
donde yacen los restos de una historia inclemente,
mil veces inmolada nada
más que a delirios, nada más que a espumas,
y se prueba de nuevo los
pedazos
como aquellos disfraces
de las protagonistas invencibles,
el círculo de fuego con
el que encandilaba al escorpión del tiempo?
¿Quién limpia con su
aliento los cristales y remueve la lumbre del atardecer
en aquellas habitaciones
donde la mesa era un altar de idolatría,
cada silla, un paisaje
replegado después de cada viaje,
y el lecho, un tormentoso
atajo hacia la otra orilla de los sueños;
aposentos profundos como
redes suspendidas del cielo,
como los abrazos sin fin
donde me deslizaba hasta rozar las plumas de la muerte,
hasta invertir las leyes
del conocimiento y la caída?
¿Quién se interna en los
parques con el soplo dorado de cada Navidad
y lava los follajes con
un trapito gris que fue el pañuelo de las despedidas,
y entrelaza de nuevo los
guirnaldas con un hilo de lágrimas,
repitiendo un fantástico
ritual entre copas trizadas y absortos comensales,
mientras paleada en las
doce uvas verdes de la redención—
una por cada mes, una por
cada año, una por cada siglo de vacía indulgencia—
un ácido sabor menos
mordiente que el del pan del olvido?
¿Por qué quién sino yo
les cambia el agua a todos los recuerdos?
¿Quién incrusta el
presente como un tajo ante las proyecciones del pasado?
¿Alguien trueca mis
lámparas antiguas por sus lámparas nuevas?
Mis refugios más bellos
son sitios solitarios a los que nadie va
y en los que sólo hay
sombras que se animan cuando soy la hechicera.
BALADA DOS LUGARES
ESQUECIDOS
Meus mais belos refúgios,
os lugares que melhor se
adaptam às cores definitivas da minha alma,
Eles são feitos de tudo
que os outros esqueceram.
São lugares solitários
escavados na carícia da grama,
numa sombra de asas; em
uma canção passageira;
regiões cujas fronteiras
giram em carruagens fantasmas
que carregam a névoa na
madrugada
e em cujos céus se
desenham nomes, velhas frases de amor,
juramentos ardentes como
constelações de vaga-lumes ébrios.
Algumas vezes passam
cidades terrenas, acampam trens roucos,
Um casal colhe laranjas
prodigiosas à beira do mar,
uma única relíquia se
espalha por toda a extensão.
Pareceriam miragens
quebradas,
recortes de fotografias
arrancadas de um álbum para guiar a nostalgia,
Mas eles têm raízes mais
profundas do que este solo afundado,
essas portas que fogem,
essas paredes que se apagam.
São ilhas encantadas onde
só eu posso ser a feiticeira.
E quem mais sobe as
escadas para aqueles sótãos entre nuvens
onde a luz zumbia
excitada no mel da sesta,
reabre o baú onde jazem
os restos de uma história implacável,
sacrificado mil vezes a
nada além de delírio, nada além de espuma,
e se prova de novo os pedaços
como aqueles disfarces
dos protagonistas invencíveis,
o círculo de fogo com que
deslumbrou o escorpião do tempo?
Quem limpa as janelas com
o hálito e retira a luz do entardecer?
naquelas salas onde a
mesa era um altar de idolatria,
cada cadeira, uma
paisagem dobrada após cada viagem,
e a cama, um atalho
tempestuoso para a outra margem dos sonhos;
câmaras profundas como
redes suspensas no céu,
como os abraços
intermináveis onde deslizei até tocar as penas da morte,
até reverter as leis do
conhecimento e cair?
Quem entra nos parques
com o hálito dourado de todo Natal
e lava a folhagem com um
pano cinza que serviu de lenço nas despedidas,
e entrelaça novamente as
guirlandas com um fio de lágrimas,
repetindo um ritual
fantástico entre copos quebrados e clientes absortos,
enquanto são colhidas as
doze uvas verdes da redenção -
um para cada mês, um para
cada ano, um para cada século de indulgência vazia –
um sabor ácido menos
picante que o do pão do esquecimento?
Por que quem além de mim
muda a água em todas as memórias?
Quem incorpora o presente
como um golpe diante das projeções do passado?
Alguém troca minhas
lâmpadas antigas por lâmpadas novas?
Meus refúgios mais lindos
são lugares solitários onde ninguém vai
e onde só existem sombras
que ganham vida quando eu sou a feiticeira.
Ilustração: Fandom.
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