Cercano a la ciudad II
Luis Pérez de Castro
mi ciudad era como un cuchillo bajo la lluvia,
como un tatuaje en la vaina donde se enfundaba la humedad, las voces de los
niños en los charcos y el llanto de las madres sin sombra.
yo creía en mi ciudad hasta que la vi derrumbarse y pasar por su arteria principal un arría de mulos con los ojos tapados y una campana fastidiosa y un hombre ciego con un látigo en la mano.
yo creí en mi ciudad hasta que presentí su viaje postrer.
ya no quedaba nada que se pudiera ocultar, una pregunta, la ausencia redimida del hastío, la vaga impresión de no saber a quién servir y el letargo de lo imposible latente detrás de las paredes.
no quedaba nada que ocultar y una adivinanza creció.
los signos de una muerte bochornosa se adueñaron de mi ciudad y nada fue posible, el discurso, el político condenado a extinguirse como las lágrimas, las ansias de un pueblo vulnerable y el reflejo de una luz perdida en las evocaciones.
nadie vuelve el rostro para no reconocer sus culpas.
mi ciudad yace en los escombros, sin secretos y repleta de angustias. a duras penas reconozco la vigilia de los niños y las madres y los animales que en un solitario rincón disculpan sus remordimientos, sus propias traiciones, el odio y el dolor sitiándoles la memoria, la sensación perenne de no ser dueños de nada.
con igual desdén intentan caminar, repetirse hasta el cansancio.
mi ciudad y yo dejamos de ser íntimos amigos.
yo creía en mi ciudad hasta que la vi derrumbarse y pasar por su arteria principal un arría de mulos con los ojos tapados y una campana fastidiosa y un hombre ciego con un látigo en la mano.
yo creí en mi ciudad hasta que presentí su viaje postrer.
ya no quedaba nada que se pudiera ocultar, una pregunta, la ausencia redimida del hastío, la vaga impresión de no saber a quién servir y el letargo de lo imposible latente detrás de las paredes.
no quedaba nada que ocultar y una adivinanza creció.
los signos de una muerte bochornosa se adueñaron de mi ciudad y nada fue posible, el discurso, el político condenado a extinguirse como las lágrimas, las ansias de un pueblo vulnerable y el reflejo de una luz perdida en las evocaciones.
nadie vuelve el rostro para no reconocer sus culpas.
mi ciudad yace en los escombros, sin secretos y repleta de angustias. a duras penas reconozco la vigilia de los niños y las madres y los animales que en un solitario rincón disculpan sus remordimientos, sus propias traiciones, el odio y el dolor sitiándoles la memoria, la sensación perenne de no ser dueños de nada.
con igual desdén intentan caminar, repetirse hasta el cansancio.
mi ciudad y yo dejamos de ser íntimos amigos.
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da cidade II
minha
cidade era como uma faca na chuva, como uma tatuagem na bainha onde a umidade
se afundava, as vozes das crianças nos riachos e o pranto das mães sem sombra.
Eu
acreditava na minha cidade até que a vi desmoronar-se e passar pela rua
principal uma parelha de mulas com os olhos vendados, uma campainha irritante e
um cego com um chicote.
Eu
acreditei na minha cidade até sentir o fim de sua viagem.
Já
não havia nada que pudesse ocultar, uma pergunta, a ausência redimida do fastio,
a vaga impressão de não saber a quem servir e a letargia do latente impossível
atrás de paredes.
Não
havia nada a esconder e o enigma cresceu.
Os
sinais de uma morte vergonhosa tomaram conta da minha cidade e nada foi
possível, o discurso, o político condenado a se extinguir como as lágrimas, as
ansiedades de um povo vulnerável e o reflexo da luz perdida em evocações.
Ninguém
vira o rosto para não reconhecer a sua culpa.
Minha
cidade fez-se escombros, sem segredos e repleta de angústia. A duras penas
reconheço a vigília das crianças e das mães e dos animais que num solitário
canto desculpam seus remorsos, suas próprias traições, o ódio e a dor
sitiando-os na memória, a sensação perene de não serem donos de nada.
Com
igual desdém intentam caminhar, repetir-se até o cansaço.
Minha
cidade e eu deixamos de ser amigos íntimos.
Ilustração:
www.ovosmexidos.com.br
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